La danza de los guerreros Felupes
10/06/2013
Fue un día soleado y caluroso, como siempre.
Cuando acabé la partida de damas y la última ronda de té me subí a una bicicleta prestada, bueno, lo que antes debía de haber sido una bicicleta, y me pongo en marcha con la intención de llegar a una aldea más pequeña, a unos cuatro kilómetros cruzando un espeso y bonito mato.
Una aldea de difícil acceso habitada por Diola cristianos, o que es lo mismo, Felupes animistas; puede que la etnia más popular del noroeste del país, pero en el conjunto nacional una minoría comparado con los Balanta -mayoritarios y tradicionales-, Papel -cristianos-, Mandingas -musulmanes-, Mandjacos, Mansonkas, Peul -o Fulas-, etc. Diría, por lo que he ido viendo, que las etnias denominadas cristianas son, en realidad, de tendencia animista, la religión tradicional africana.
El recorrido es precioso, un bosque tropical muy frondoso, con hermosas palmeras cocoteras, los últimos baobabs majestuosos que aquí empiezan a echar hojas, lo fromagers de raíces gaudianas, lagartos gigantescos y camaleones multicolores, pájaros del trópico, serpientes tan bonitas como venenosas,...
Todo silencio y soledad, solo los chirridos de los pedaleos señalan mi presencia a los macacos que desde las copas se sorprenden al ver un humano blanco y sudado haciendo malabares por no salirse del estrecho camino y pisar una mina antipersona, recuerdo de la guerra contra los rebeldes de la Casamance del año 2006.
Para no perderme sigo el sonido de tambores que vienen de las profundidades del bosque y que deduzco que provienen de la aldea en donde quiero llegar. En estas aldeas aisladas de países sin electricidad ni cobertura celular los tambores se usan para comunicarse con las aldeas vecinas.
Son troncos huecos, de un metro de diámetro y unos tres o cuatro de largo con una piel de vaca o cordero atada en un extremo por fibras de hoja de palmera seca. Con un sonido muy grave para llegar a mayor distancia.
Según el ritmo señalan a los vecinos, lejanos hasta más de cinco kilómetros, defunción, reunión, fiesta, ceremonia, incendio, etc.
Tum-tutum-tum..
A medida que me voy acercando empiezo a distinguir el repicar de los tambores más pequeños.
A ritmo ternario y a esta velocidad solo puede significar una cosa, fiesta o ceremonia!!!
Me acerco más y oigo como maracas -que suelen ser grandes frutos secos con semillas en su interior que dringan acompañando a los o las bailarinas-, también oigo las voces agudas de las mujeres que al unísono responden a la grave de los hombres.
Amigos y amigas viajeros, te puede gustar la música africana, puedes haber visto decenas de documentales y te puedes emocionar.
Pero sólo cuando, y por obra del destino, llegas a una pequeña aldea perdida de algún confín africano y te encuentras con una veintena de guerreros jóvenes, con torso firme y desnudo, pintados, rodeados de las mujeres de la aldea, todas abilladas según la tradición, formando un rondo y bailando en formación alrededor del árbol sagrado donde se hacen los sacrificios a los espíritus de los antepasados, cantando melodías que te erizan la piel al ritmo esquizofrénico de múltiples tambores.
Entonces, le sonríes a la Felicidad y bailas con la Libertad la danza de la Vida.
Unas sensaciones y vivencias que no dependen del dinero, más bien al contrario, y que están sólo al alcance de quién lo quiere vivir.
Todos concentrados, esto no es broma, no es un concierto, no es arte efímero, es una celebración que se lleva haciendo desde hace centenares de generaciones quizá y de la misma manera, con el mismo fin, bajo la mirada atenta de los ancianos y ancianas que la presiden.
Todo rezuma tradición, respeto, los ritmos y los cánticos salen de dentro, no son artistas que los tocan, son espíritus, es el uno con el todo. Todas las células forman un mismo espíritu, los que aquí nos encontramos estamos unidos en acto sagrado, nadie piensa, solo se baila, se canta y se tocan tambores, para dar coraje a nuestros guerreros que se van a enfrentar con sus lanzas y cuchillos a los enemigos de otra etnia o poblado.
Y aquí estoy yo, como una luciérnaga en medio de la noche cerrada, rodeado de niños y miradas curiosas, tanto o más curiosas cómo la mía hacia ellos.
Lo primero que hice al llegar fue ir al encuentro de un amigo de Alfu que se haría responsable de mí, y que por otra parte sería mi carta de invitación para asistir a un acto no apto para todo el mundo.
Esta ceremonia en cuestión es una jornada de lucha tradicional. Donde los reyes y sus guerreros de aldeas Felupes vecinas llegan hasta aquí cruzando a pie el bosque -algunos tienen hasta dos días de marcha, llegando del Senegal, que para ellos es como si no existiera esta frontera, de hecho, antes no existía- y batirse cuerpo a cuerpo en el campo de batalla.
Antes, estos tipos de guerra eran en serio, ahora, aunque se mantiene la tradición cambia el motivo y no hay derramamiento de sangre.
Poco a poco van acercándose a la clariana del campo de batalla cantos y más tambores, todos diferentes, desde todos los vientos.
De repente, de dentro del espeso bosque aparecen un centenar de personas gritando, aullando, cantando, haciendo acto de presencia. Con los reyes delante entran en el terreno los guerreros visitantes, pintados con sus símbolos, vestidos con sus ropajes del clan, corriendo amenazantes, blandiendo las lanzas y machetes intimidando a los otros guerreros con amuletos y sonajeros.
Los más temidos, los de Cap Roxo, feroces leones, fuertes elefantes, que un día al año, dentro de sus dominios, cazan a un ser humano y lo ofrecen en sacrificio.
Una vez han llegado las gentes de todas las aldeas -un millar de almas- y los reyes han intercambiado los saludos rituales, los guerreros se internan de nuevo en el bosque para rezar y prepararse, antes de salir, esta vez, para luchar.
El ganador de cada lucha tiene derecho a ir a casa del derrotado y llevarse una cabra, o gallinas, o una vaca incluso, dependiendo de la categoría. Las peleas duran toda la tarde hasta la noche, cuando dejan paso a la fiesta y al descontrol, también tradicional.
El sol empieza a caer, yo no tengo luz, las cobras y las minas antipersona tampoco, así que será mejor que me vaya. Abandono el terreno de lucha y me monto de nuevo en el biciclo, llegando a casa pasada una hora altamente cansado e infinitamente feliz.
Al llegar a casa las mujeres están terminando la cena.
- Que es esto que huele a carne? - Estoy muy hambriento, con la emoción me he olvidado de comer durante todo el día. La carne es un bien muy preciado y bastante escaso, debido al precio, así que pregunto a las mujeres.
-Que celebramos hoy que cocináis carne? - Una de las mujeres levanta la cabeza y contenta me responde.
- Los niños han salido de caza hoy! Has comido nunca rata asada y cocido de mono?
En fin.
Buen provecho!
Lo primero que hice al llegar fue ir al encuentro de un amigo de Alfu que se haría responsable de mí, y que por otra parte sería mi carta de invitación para asistir a un acto no apto para todo el mundo.
Esta ceremonia en cuestión es una jornada de lucha tradicional. Donde los reyes y sus guerreros de aldeas Felupes vecinas llegan hasta aquí cruzando a pie el bosque -algunos tienen hasta dos días de marcha, llegando del Senegal, que para ellos es como si no existiera esta frontera, de hecho, antes no existía- y batirse cuerpo a cuerpo en el campo de batalla.
Antes, estos tipos de guerra eran en serio, ahora, aunque se mantiene la tradición cambia el motivo y no hay derramamiento de sangre.
Poco a poco van acercándose a la clariana del campo de batalla cantos y más tambores, todos diferentes, desde todos los vientos.
De repente, de dentro del espeso bosque aparecen un centenar de personas gritando, aullando, cantando, haciendo acto de presencia. Con los reyes delante entran en el terreno los guerreros visitantes, pintados con sus símbolos, vestidos con sus ropajes del clan, corriendo amenazantes, blandiendo las lanzas y machetes intimidando a los otros guerreros con amuletos y sonajeros.
Los más temidos, los de Cap Roxo, feroces leones, fuertes elefantes, que un día al año, dentro de sus dominios, cazan a un ser humano y lo ofrecen en sacrificio.
Una vez han llegado las gentes de todas las aldeas -un millar de almas- y los reyes han intercambiado los saludos rituales, los guerreros se internan de nuevo en el bosque para rezar y prepararse, antes de salir, esta vez, para luchar.
El ganador de cada lucha tiene derecho a ir a casa del derrotado y llevarse una cabra, o gallinas, o una vaca incluso, dependiendo de la categoría. Las peleas duran toda la tarde hasta la noche, cuando dejan paso a la fiesta y al descontrol, también tradicional.
El sol empieza a caer, yo no tengo luz, las cobras y las minas antipersona tampoco, así que será mejor que me vaya. Abandono el terreno de lucha y me monto de nuevo en el biciclo, llegando a casa pasada una hora altamente cansado e infinitamente feliz.
Al llegar a casa las mujeres están terminando la cena.
- Que es esto que huele a carne? - Estoy muy hambriento, con la emoción me he olvidado de comer durante todo el día. La carne es un bien muy preciado y bastante escaso, debido al precio, así que pregunto a las mujeres.
-Que celebramos hoy que cocináis carne? - Una de las mujeres levanta la cabeza y contenta me responde.
- Los niños han salido de caza hoy! Has comido nunca rata asada y cocido de mono?
En fin.
Buen provecho!