KOFI & CIGARETTES
Septiembre de 2013
Estuve unas semanas por el suroeste del país, con una mayoría étnica cristiana, habituándome a los nuevos anfitriones y a las nuevas maneras de hacer y organizarse. Qué, dentro del aparente desorden Costa de Marfil me parecía un tanto mas organizado que sus países vecinos. Un nuevo país en donde me encontré con más kilómetros de carretera asfaltada por el gobierno chino, farolas (encendidas) en las calles principales de la mayoría de pueblos, un sistema de transporte con el ansia de tener algún horario (al menos en las ciudades principales), más coches privados y algún otro etcétera consecuencia, al menos a mi me lo pareció, de la mano que aún tienen metida los franceses en el país y a la venta de los recursos naturales que son tantísimos y muy cotizados.
El sur del país es lluvioso, tipo clima tropical, por tanto, con unos recursos agrícolas que no paran de producir todo el año y recursos hidráulicos por doquier. En la zona del norte, como descubriría al cabo de unos meses mucho a mi pesar, es muy seco, habitado por gentes recias de vida dura en la sabana fronteriza con Burkina, donde hacer crecer alguna cosa vegetal no es tarea fácil.
Abrí mi mapa descascarillado de meses de viaje, de un abrir y cerrar diario, y miré con atención.
Vialadougou.
El nombre sonaba bien, no había ningún tipo de camino marcado en el mapa para llegar allí, tiene un rio cerca y sabía que estaba situado en la zona donde los colonizadores cultivaban su café y su cacao y en donde aún quedaban gentes humildes tratando de hacer lo mismo.
Pues me voy para allá.
Como siempre me gusta pensar: Si vive alguien allí, de algún modo u otro han llegado, así que yo también.
Una semana me costó llegar hasta el lugar, yendo de aldea en aldea, cada vez mas lejos de todo, cada vez más adentro, cada vez más feliz.
- "Pues la verdad es que no hay manera de salir de aquí chico! Tendrás que esperar al jueves que es el mercado de tal aldea y saldrá un camión por la madrugada con las mujeres que van a vender."
Y así de una aldea tras otra, y es que como ya he dicho otras veces, el tiempo en África se mide diferente.
- "Pero no te preocupes, vente a mi casa, te puedes quedar los días que faltan para el Jueves". Me decía mi nuevo hermano lleno de orgullo mientras todos los niños y la mayoría de adultos ya me rodeaban y comentaban la jugada, proponiendo todos miles de alternativas de transporte. Que este jueves no hay transporte. Que sí, pero es el Martes. No, pero fulano me ha dicho que al final solo podrá llevar mercancías y no a personas debido a....
Y así los sueles dejar mientras ellos continúan con lo suyo. No es una falta de respeto ni nada, simplemente las cosas aquí se hacen así, de alguna manera u otra se pasa el tiempo, y de allí saldrán otros temas de conversación y puede que alguna refriega de lo mas infantil.
Finalmente llegué a la última aldea antes de llegar a Vialadougou. La mayoría de la gente no sabían donde estaba dicho sitio (y más tarde lo entendí), y los que lo sabían uno me indicaba dirección Sur y el otro Norte. En lo que coincidían todos es que no hay manera alguna de llegar.
-"Además, tu eres blanco! No puedes ir allí, no aguantarías ni un día en esas condiciones. Y con estos ropajes pretendes llegar?."
Finalmente asumí la responsabilidad, como de costumbre tozuda, y también el sistema de transporte, ya que encontré un hombre que decía saber como llegar y tenia una moto, la cual, si le llenaba el deposito el estaría encantado de lanzarme a velocidad temeraria por entre caminos y bosque a secas.
Después de volar toda la tarde por fin lleguemos al sitio indicado, con la mitad de un limón en el bolsillo, ofrenda de un militar en un control innecesario en la selva que me dio para protegerme de los malos espíritus del lugar.
- "Te dejo aquí, al otro lado del rio está el sitio que buscas, yo no puedo cruzar". Me dijo mi chófer mientras intentaba arrancar la moto china de nuevo.
- "Y cómo debo atravesar este rio?". Era de una anchura de unos diez metros y un caudal de agua turbia de miedo.
-" Ajajajajajaja. Solo tienes que gritar y te vendrán a buscar con la canoa!ajajajaj Mira, así. Uiuiiiuuuuuuuuurrggggg!" Parecía mas bien un sonido animal.
Y si, a los pocos minutos respondieron con el mismo sonido y aparecieron dos niños remando contracorriente encima de lo que antes había sido un tronco de algún árbol en mayúsculas y ahora estaba vaciado por dentro, remando con una especie de remo pequeño y poco útil.
El hombre habló a los adolescentes en Malinké y Dioula, explicándoles que no sabia porqué pero que este Tubagu (blanco) quería llegar hasta Vialadougou.
Los que en pocas horas serian mis nuevos hermanos me saludaron y dieron la bienvenida, sin decir más me subí al tronco (en el que no me volvería a subir en algunas semanas) y crucemos el rio con gran destreza.
Mientras andábamos por un caminito en medio del bosque los niños me hicieron entender que ahora tocaba ir a buscar al chef du village para que hablase con él.
No era la primera vez que me encontraba en esta situación y que me sometía a este tipo de entrevista “mágica”, que cuando te ves rodeado de los viejos de la aldea con este sosegado donaire, como si la vida no se terminara nunca, hablando despacio, midiendo cada una de las palabras pronunciadas y analizada cada una de las frases y gestos que yo les hago, son unos de los momentos en que más me he sentido en África, donde más se me han humedecido los ojos después de su sentencia final, después de que digan el Sí, te puedes quedar.
La atmósfera del lugar, la vista de los hombres simples y extraordinarios, de corazones abiertos hablándose el uno al otro sin intervenir el cerebro, la humildad, el respeto, hablando cualquier suerte de lengua oral o de signos. En definitiva, uno se siente amado. Se crea un vinculo superior que solo existe cuando uno está con este tipo de gentes de corazones rellenos de humanidad. No es que uno sea solo aceptado a quedarse en uno u otro lugar o a dormir en la casa de alguien que te acoge, no es como ir de Couchsurfing, ellos asumen como de manera natural, y tú debes asumir de manera verdadera, que formas parte de la nueva familia, para lo bueno y para lo malo. Así se te amará a partir de ahora y así debes amar en adelante.
El chef du village, un chico más joven que yo, que hace un par de años asumió el duro cargo al fallecer su padre, me invitó a dormir en su casa, con su tío, dos amigos-hermanos, su mujer, sus cuatro hijos, sus cinco hermanos menores, su madre y la segunda mujer de su padre y con otra gente que no supe bien cual era el parentesco, si es que lo había.
Su casa era la antigua morada, ya derruida por los años y falta de mantenimiento, del fundador de esta aldea de cincuenta personas. Un hombre francés, Viala (de aquí el nombre de Vialadougou) que durante la pos-colonización, o sea, la etapa llamada por los blancos como de educación y establecimiento, dicho de otra manera, los años de trabajos forzados, se instaló como buen pionero en estas tierras y fundó unas plantaciones de cacao que durante tres generaciones funcionó de maravilla, unos ganaban dineros a raudales y los otros vivían tranquilos, protegidos y con algo que traerse a la boca. Pero esto se terminó y ahora quedaban los que no se habían ido, tratando de cultivar el dificilísimo cacao (aunque da muchos beneficios) y que en la realidad cultivan lo justo para comer, retrocediendo en pocos años a la edad de hierro.
Aquí limpiando los campos de mandioca de las malas hierbas. Con él también anotábamos los niveles del agua del rio a diario para controlar las crecidas y la vida de los "mousherons". A las semanas me dí cuenta que era ciego parcialmente, avergonzado por las presiones sociales, nunca lo reconoció a pesar de que todo el campamento lo sabía.
espués del buen rato de hablar con el Chef y luego con la consorte de ancianos, con el consiguiente sacrificio de la gallina (se degolla una gallina, si se muere mirando de panza arriba me puedo quedar en la aldea, si muere mirando de panzas para abajo me tengo que retirar), me di cuenta que los niños que me miraban desde lejos señalaban mis piernas y mis pies, miré, y entendí el porqué de la pregunta que me hicieron en el último pueblo de "Y con estos ropajes pretendes ir allí?" Las piernas, pies y brazos, o sea, toda parte de mi que le tocaba la luz solar estaba lleno de sangre, de infinidad de mordiscos pequeños que sangraban gota a gota.
Se habían unido a la fiesta de los animalitos e insectos simpáticos africanos (que no existe ni uno que no te pique o haga algo) los malditos Mousherons, una minúscula mosquita que es realmente una plaga, y muy peligrosa, ya que a parte de contagiarte la malaria te provoca diabetes hasta que te deja ciego. De ahí también entendí porqué con sólo una cincuentena de habitantes había tres invidentes. A partir de ese momento y desafiando al calor horrorosamente húmedo me moví casi durante todo el día y la noche en pantalones largos y mangas largas.
Donde fueras haz lo que vieras.
Pasaban los días veloces, siempre trabajando, o mejor dicho, sobreviviendo.
Yo me levantaba a las siete y poco, empezaba mi día. Salía del cobertizo donde dormía con otros seis hombres en el duro suelo y afuera me encontraba las mujeres delante del fuego ensayando el arroz del desayuno. Siempre arroz partido, la receta del desayuno suele ser con azúcar. Con la misma textura del arroz hervido que me recuerda a las cenas del convaleciente de gripe, pero dulce, muy dulce.
Poco a poco iban apareciendo los hombres de entre la vegetación, todos desde distintas direcciones, cada uno desde su pedazo de tierra. Hambrientos y ya cansados. Pues, yo me podía permitir el lujo de dormir y descansar un poco más, pero ellos enfilan los senderos del trabajo mientras el alba despunta en el horizonte. Una vez terminado el manjar preguntaba a cada uno qué tipo de trabajo estaban haciendo y así escoger el más interesante.
De esta forma un día iba con uno a sacar las hierbas de la plantación de yuca, con otro a sembrar el maíz, con las mujeres a recoger los cacahuetes que ya estaban prontos para ser secados al sol, con los niños y sus tirachinas a velar los campos de arroz que ya estaban dando sus frutos y los pajaritos esperan ese momento para menguar la reserva anual del dicho cereal; otro día íbamos unos cuantos a cortar árboles a golpe de machete para hacer carbón, la forma mas rápida de conseguir dinero; otro día a pescar en el rio contiguo de aguas marrones y peces imposibles de comer, otro día a cazar con armas mas desajustadas que las del tiro González, a comprobar si algún animal estaba preso en alguna de las trampas puestas en la vegetación; levantar los ánimos en las plantaciones de café y de cacao que no terminaban decrecer como antaño y otras cosas del estilo que te hacen sentir como Cocodrilo Dundie, como si estuvieras dentro de algún tipo de libro de aventuras.
Poco a poco ellos se acostumbraron a mí y yo a ellos.
Del estupor inicial, cuando llegué, y es que era la primera vez que veían a un blanco delante de ellos, pasamos a una normalidad nada fingida.
A pesar de sus intentonas para sacarme de la cabeza el ayudar en los trabajos cotidianos yo continué demostrándoles que sí, qué soy blanco, pero al contrario de lo que piensan muchos en estos lares, los blancos también tenemos que ganarnos el pan, y encima más caro, y que a pesar de tener la maquinas de imprimir billetes en nuestros territorios eso no significa que nos los manden a domicilio.
Cada mañana cuando iniciaba la caminata para ir en alguno de los campos de cultivo un hombre viejo, el más viejo del lugar, me llamaba desde el interior de su pequeña cabaña de rastrojos y fango, yo entraba, y él ya tenia en la mano un manojo de riquísimos plátanos de cosecha propia que me entregaba con una sonrisa, con un amor y gratitud que me daba energías para toda la dura jornada que tenia por delante. Con este beato señor hablábamos la lengua de la sonrisa y de la transparencia de espíritu, yo le entendía perfectamente y el a mi también. Todos nos teníamos en gran estima, las mujeres, siempre más desconfiadas ya no se tapaban los ojos y la boca cuando se cruzaban conmigo y los hombres ya habían comprobado que no era ningún buscador de oro, ni ningún inversor con ganas de comprar sus terrenos y sus vidas para cultivar cacao o café. Que me volvió a pasar lo mismo otra vez, después de que vieran la cámara de fotos tuve trabajo para sacarles de la cabeza de que aquel aparato no era una máquina de buscar oro sino de inmortalizar imágenes. Y es que, que interés puede tener una persona, y encima blanca, en dejar su prospera tierra y adentrarse en el mismo infierno por el simple placer de conocer sus formas de vida? Hay cosas que puedes poner todo tu empeño en explicarlas, pero cuando es que no, es que no.
Se habían unido a la fiesta de los animalitos e insectos simpáticos africanos (que no existe ni uno que no te pique o haga algo) los malditos Mousherons, una minúscula mosquita que es realmente una plaga, y muy peligrosa, ya que a parte de contagiarte la malaria te provoca diabetes hasta que te deja ciego. De ahí también entendí porqué con sólo una cincuentena de habitantes había tres invidentes. A partir de ese momento y desafiando al calor horrorosamente húmedo me moví casi durante todo el día y la noche en pantalones largos y mangas largas.
Donde fueras haz lo que vieras.
Pasaban los días veloces, siempre trabajando, o mejor dicho, sobreviviendo.
Yo me levantaba a las siete y poco, empezaba mi día. Salía del cobertizo donde dormía con otros seis hombres en el duro suelo y afuera me encontraba las mujeres delante del fuego ensayando el arroz del desayuno. Siempre arroz partido, la receta del desayuno suele ser con azúcar. Con la misma textura del arroz hervido que me recuerda a las cenas del convaleciente de gripe, pero dulce, muy dulce.
Poco a poco iban apareciendo los hombres de entre la vegetación, todos desde distintas direcciones, cada uno desde su pedazo de tierra. Hambrientos y ya cansados. Pues, yo me podía permitir el lujo de dormir y descansar un poco más, pero ellos enfilan los senderos del trabajo mientras el alba despunta en el horizonte. Una vez terminado el manjar preguntaba a cada uno qué tipo de trabajo estaban haciendo y así escoger el más interesante.
De esta forma un día iba con uno a sacar las hierbas de la plantación de yuca, con otro a sembrar el maíz, con las mujeres a recoger los cacahuetes que ya estaban prontos para ser secados al sol, con los niños y sus tirachinas a velar los campos de arroz que ya estaban dando sus frutos y los pajaritos esperan ese momento para menguar la reserva anual del dicho cereal; otro día íbamos unos cuantos a cortar árboles a golpe de machete para hacer carbón, la forma mas rápida de conseguir dinero; otro día a pescar en el rio contiguo de aguas marrones y peces imposibles de comer, otro día a cazar con armas mas desajustadas que las del tiro González, a comprobar si algún animal estaba preso en alguna de las trampas puestas en la vegetación; levantar los ánimos en las plantaciones de café y de cacao que no terminaban decrecer como antaño y otras cosas del estilo que te hacen sentir como Cocodrilo Dundie, como si estuvieras dentro de algún tipo de libro de aventuras.
Poco a poco ellos se acostumbraron a mí y yo a ellos.
Del estupor inicial, cuando llegué, y es que era la primera vez que veían a un blanco delante de ellos, pasamos a una normalidad nada fingida.
A pesar de sus intentonas para sacarme de la cabeza el ayudar en los trabajos cotidianos yo continué demostrándoles que sí, qué soy blanco, pero al contrario de lo que piensan muchos en estos lares, los blancos también tenemos que ganarnos el pan, y encima más caro, y que a pesar de tener la maquinas de imprimir billetes en nuestros territorios eso no significa que nos los manden a domicilio.
Cada mañana cuando iniciaba la caminata para ir en alguno de los campos de cultivo un hombre viejo, el más viejo del lugar, me llamaba desde el interior de su pequeña cabaña de rastrojos y fango, yo entraba, y él ya tenia en la mano un manojo de riquísimos plátanos de cosecha propia que me entregaba con una sonrisa, con un amor y gratitud que me daba energías para toda la dura jornada que tenia por delante. Con este beato señor hablábamos la lengua de la sonrisa y de la transparencia de espíritu, yo le entendía perfectamente y el a mi también. Todos nos teníamos en gran estima, las mujeres, siempre más desconfiadas ya no se tapaban los ojos y la boca cuando se cruzaban conmigo y los hombres ya habían comprobado que no era ningún buscador de oro, ni ningún inversor con ganas de comprar sus terrenos y sus vidas para cultivar cacao o café. Que me volvió a pasar lo mismo otra vez, después de que vieran la cámara de fotos tuve trabajo para sacarles de la cabeza de que aquel aparato no era una máquina de buscar oro sino de inmortalizar imágenes. Y es que, que interés puede tener una persona, y encima blanca, en dejar su prospera tierra y adentrarse en el mismo infierno por el simple placer de conocer sus formas de vida? Hay cosas que puedes poner todo tu empeño en explicarlas, pero cuando es que no, es que no.
Y al final, pasó lo que tenía que pasar. Un día, a las tres o cuatro semanas de estar allí, me levanté con muy pocas ganas y muy poca fuerza, notaba que alguna cosa no andaba como debería. Todos me hicieron entender que, como ya me habían advertido, un blanco no puede sobrevivir aquí, demasiado trabajo, demasiado sol y demasiadas incomodidades, sin contar la escasa comida y el agua marrón del rio para beber y lavarse.
Al atardecer estaba aún peor, me sentía la fiebre subir al mismo tiempo que el sol caía, me dolían todas la articulaciones, no estaba bien ni levantado, ni sentado ni tumbado, en la cena no conseguí probar bocado y por la noche no podía pegar ojo, la fiebre me hacia delirar cual ácido de los setenta.
A la mañana siguiente lo mismo.
A pesar de los diagnósticos de mis amigos yo cada vez tenia mas claro que todo era culpa de la malaria. Y como descubrí un mes mas tarde, así fue.
Y claro, no podía hacer nada. Intentar poner todas mis pocas fuerzas en intentar llegar a cualquier sitio habitado se me hacia imposible, en la aldea no teníamos más medicamentos que unas pocas pastillas caducadas made in Nigeria, que mejor no probarlas. Al fin, me tumbé durante una semana en mi alfombra del cobertizo, bebiendo enjuagues de todo tipo de raíces y hojas que me traían las mujeres, y agradeciendo los hechizos del hechicero de la aldea. Lo pasé bastante mal, pero luego del primer sobresalto me calmé y tuve la certeza que pasaría un día u otro.
Una noche de estas que la fiebre no me dejaba dormir, de repente, oí el griterío de los pollos y pollitos que llegaba del exterior, al lado del cobertizo utilizado como cocina. Señal inequívoca de que estaban siendo atacados por algún tipo de animal, y así era. Los pollos son un bien muy preciado para una familia africana, no siempre se tienen en casa y no siempre se tiene la oportunidad de comer carne, así que con un tremendo esfuerzo, temblando de calor y sudando de frío inicié lo que me pareció un trekking exhausto y me dirigí con una oscuridad absoluta hacia el campo de batalla. Y como pensé al inicio, vi un enorme agujero en el centro del patio cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, las malditas ñam ñam. Estas hormigas carnívoras habían salido de nuevo a cazar cualquier cosa que tenga vida, solían aparecer casi cada noche pero esta vez me parecía demasiado, encendí la linterna y enfoqué a los pollitos que ya estaban cubiertos totalmente de hormigas, nada que hacer, demasiado tarde. Enfoqué para todos lados para ver donde empezaba y donde terminaba la marabunta de ñam ñams, para comprobar que no estuvieran entrando en las cabañas e hicieran daños mayores, al enfocar la marea negra me percaté de que yo estaba justo en medio del mar, para entendernos, y que mis piernas me empezaban a escocer demasiado, me puse a correr como un loco como un caballo de rodeo, dando bandazos al aire mientras me desnudaba en un intento de cambiar de piel, hice la finta de entrar en el cobertizo pero por suerte me di cuenta antes de poner el primer pie dentro que hubiera sido una catástrofe, y empecé a gritar, y al poco rato ya habían salido todos de sus cabañas. En realidad no se puede hacer nada, lo único es encerrarlas en un circulo hecho en el suelo con ceniza, y poner una línea de ceniza delante de las puertas, así, sin saber el porqué y sin que el porqué tenga importancia, las hormigas no cruzan esta barrera y desaparecen, dejando a la mañana siguiente un gran agujero en el suelo y un montoncito de huesos a modo de souvenir.
Una vez pasada una semana me sentía mejor, la fiebre solo me subía después de la puesta de sol y empecé a comer normalmente. Cuando por fin me sentí más o menos recuperado tomé la decisión de seguir viaje.
Nos estuvimos despidiendo durante una semana.
Por las noches, terminado el arroz y antes de ir a dormir nos sentábamos alrededor de las brasas que aun humeaban de la cocina y respondía a la curiosidad y a las preguntas curiosas de mis anfitriones, y ellos a las mías; pero esta última semana siempre aparecía en los temas de conversación el hecho de que me iba. Otra vez, despedida entre lágrimas.
Al atardecer estaba aún peor, me sentía la fiebre subir al mismo tiempo que el sol caía, me dolían todas la articulaciones, no estaba bien ni levantado, ni sentado ni tumbado, en la cena no conseguí probar bocado y por la noche no podía pegar ojo, la fiebre me hacia delirar cual ácido de los setenta.
A la mañana siguiente lo mismo.
A pesar de los diagnósticos de mis amigos yo cada vez tenia mas claro que todo era culpa de la malaria. Y como descubrí un mes mas tarde, así fue.
Y claro, no podía hacer nada. Intentar poner todas mis pocas fuerzas en intentar llegar a cualquier sitio habitado se me hacia imposible, en la aldea no teníamos más medicamentos que unas pocas pastillas caducadas made in Nigeria, que mejor no probarlas. Al fin, me tumbé durante una semana en mi alfombra del cobertizo, bebiendo enjuagues de todo tipo de raíces y hojas que me traían las mujeres, y agradeciendo los hechizos del hechicero de la aldea. Lo pasé bastante mal, pero luego del primer sobresalto me calmé y tuve la certeza que pasaría un día u otro.
Una noche de estas que la fiebre no me dejaba dormir, de repente, oí el griterío de los pollos y pollitos que llegaba del exterior, al lado del cobertizo utilizado como cocina. Señal inequívoca de que estaban siendo atacados por algún tipo de animal, y así era. Los pollos son un bien muy preciado para una familia africana, no siempre se tienen en casa y no siempre se tiene la oportunidad de comer carne, así que con un tremendo esfuerzo, temblando de calor y sudando de frío inicié lo que me pareció un trekking exhausto y me dirigí con una oscuridad absoluta hacia el campo de batalla. Y como pensé al inicio, vi un enorme agujero en el centro del patio cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, las malditas ñam ñam. Estas hormigas carnívoras habían salido de nuevo a cazar cualquier cosa que tenga vida, solían aparecer casi cada noche pero esta vez me parecía demasiado, encendí la linterna y enfoqué a los pollitos que ya estaban cubiertos totalmente de hormigas, nada que hacer, demasiado tarde. Enfoqué para todos lados para ver donde empezaba y donde terminaba la marabunta de ñam ñams, para comprobar que no estuvieran entrando en las cabañas e hicieran daños mayores, al enfocar la marea negra me percaté de que yo estaba justo en medio del mar, para entendernos, y que mis piernas me empezaban a escocer demasiado, me puse a correr como un loco como un caballo de rodeo, dando bandazos al aire mientras me desnudaba en un intento de cambiar de piel, hice la finta de entrar en el cobertizo pero por suerte me di cuenta antes de poner el primer pie dentro que hubiera sido una catástrofe, y empecé a gritar, y al poco rato ya habían salido todos de sus cabañas. En realidad no se puede hacer nada, lo único es encerrarlas en un circulo hecho en el suelo con ceniza, y poner una línea de ceniza delante de las puertas, así, sin saber el porqué y sin que el porqué tenga importancia, las hormigas no cruzan esta barrera y desaparecen, dejando a la mañana siguiente un gran agujero en el suelo y un montoncito de huesos a modo de souvenir.
Una vez pasada una semana me sentía mejor, la fiebre solo me subía después de la puesta de sol y empecé a comer normalmente. Cuando por fin me sentí más o menos recuperado tomé la decisión de seguir viaje.
Nos estuvimos despidiendo durante una semana.
Por las noches, terminado el arroz y antes de ir a dormir nos sentábamos alrededor de las brasas que aun humeaban de la cocina y respondía a la curiosidad y a las preguntas curiosas de mis anfitriones, y ellos a las mías; pero esta última semana siempre aparecía en los temas de conversación el hecho de que me iba. Otra vez, despedida entre lágrimas.
La ultima mañana antes de irme cruzando el rio los ancianos se reunieron en la cabaña de mi abuelito bananero y al poco rato me llamaron invitándome a entrar y tomar asiento. Los ancianos empezaron a hablar sosegadamente y Kofi, mi mejor amigo del lugar, un hombre cuya historia se merecería toda una entrada en la web, me iba traduciendo lo que iba diciendo cada uno. Fue posiblemente la mas emotiva y más sincera conversación que había mantenido en vida. De por si, cuando estas dentro de una de estas moradas ya es un sitio extremamente romántico y enriquecedor, pero esa mañana, con esa compañía, el ambiente había mutado, me parecía estar en el templo del oráculo, en un lugar de esos que uno está porqué debe estar y en donde no se trata ningún tema redundante ni efímero, solo se tratan temas que tocan directamente al propio ser humano, uniendo lo indivisible, transformando en palabras ininteligibles pero con una sonoridad conmovedora los sentimientos mas profundos, esos que no dependen del lugar donde hayas nacido, ni tu condición social, sino algo puro, la raíz, lo más antiguo desde que el hombre es hombre.
Y como acto de infinito reconocimiento me hicieron ofrenda de un pollo, negro. Puede parecer cualquier cosa pero cuando se empieza a saber interpretar la cultura en cuestión uno puede captar en toda su amplitud el significado de esta ofrenda. Di las mil y una gracias en todos los idiomas conocidos y por conocer. Y me dije convencido de que viajar por el mundo y convivir con personas que no tienen ni pueden tener no es una falta de respeto ni un motivo por sentirse mal con uno mismo, sino al contrario, me dije: "Tengo que viajar, por respeto a toda esta gente que no puede, y contar la realidad a toda esa gente que no quiere" Y así, en los momentos que lo mandaría todo a la mierda y que cualquier tontería me ciega el buen tino, pienso en toda esta gente, en todo lo que me ha dado, en todo lo que hemos compartido, pido perdón, sonrío, y me levanto para seguir adelante.
Y como acto de infinito reconocimiento me hicieron ofrenda de un pollo, negro. Puede parecer cualquier cosa pero cuando se empieza a saber interpretar la cultura en cuestión uno puede captar en toda su amplitud el significado de esta ofrenda. Di las mil y una gracias en todos los idiomas conocidos y por conocer. Y me dije convencido de que viajar por el mundo y convivir con personas que no tienen ni pueden tener no es una falta de respeto ni un motivo por sentirse mal con uno mismo, sino al contrario, me dije: "Tengo que viajar, por respeto a toda esta gente que no puede, y contar la realidad a toda esa gente que no quiere" Y así, en los momentos que lo mandaría todo a la mierda y que cualquier tontería me ciega el buen tino, pienso en toda esta gente, en todo lo que me ha dado, en todo lo que hemos compartido, pido perdón, sonrío, y me levanto para seguir adelante.