Dejo de viajar 1
10/03/2013
Llegando a la frontera con Gambia me percato que había cometido unos errores fatales que no me puedo permitir en la frontera.
El viaje de noche con la barcaza fue muy bonito pero apenas dormí gracias al agua que entraba justo donde yo estaba tumbado.
Al llegar a tierra firme le pregunto al barquero si podría quedarme a dormir en la barca que quedaría atracada en la playa, antes de que llegue el sol.
Me dice que no.
Me dice que vaya con él a su casa a descansar, que estaré mejor. En la casa no tengo tiempo de dormir, no puedo contar ovejas, cuento mosquitos, encerrado en mi saco de dormir, tumbado en el suelo; tengo de decidir entre sufrir de calor intenso o de picaduras de mosquito.
Sobre las siete de la mañana, y aún no se porqué, el barquero me despierta y me dice que me tengo que marchar.
Camino dormido por las calles de Sokone, con esa sensación de no saber si es hoy o ya estamos a mañana, buscando algún transporte que me lleve hacia la frontera.
Al llegar allí un montón de gente se agolpa en el guele-guele (furgoneta con capacidad de 22 pasajeros), que entran por las ventanas a empujones, todos en mi búsqueda.
Caza al blanco!
Están los pobres niños Talibe, obligados por sus maestros marabúes a mendigar por la gracia de dios y regocijo de ellos; otros niños que en otras situaciones te caen simpáticos y juegas con ellos, pero ahora precisamente no; están los que venden tarjetas telefónicas de Gambia que te insisten, en lo que parecen diferentes idiomas europeos, que debes comprar esa tarjeta, que la tuya de Senegal no sirve para Gambia; también están las niñas y mujeres que venden multitud de cosas como de costumbre, agua, guerte, benne, plátanos, naranjas; están los taxistas y sus ayudantes que no paran de gritarte miles de destinos a la oreja que no comprendes. Y están finalmente las más peligrosas, las mujeres cambistas del mercado negro que quieren ser las primeras en brindarte sus servicios de cambio de moneda.
Todo esto pasa al mismo tiempo mientras todos a la vez tiran de tu camiseta, el conductor te dice que espabiles (ahora resulta que tiene prisa!), la temperatura es de 35-40 grados, el ayudante está encima de la furgoneta agarrando tu mochila por un lugar que sabes que se va a romper al contar hasta tres, etc.
Aquí en África todo funciona a los gritos, enfadandote, o haciéndolo ver, hasta que no empiezas a gritar hacen caso omiso a tus declinaciones.
Todos se dispersan menos las cambistas de dinero que discuten entre ellas para ver quien te ha visto primero y que, por lo tanto, va a hacer lucrativos negocios contigo.
Así que desayuno con una de ellas, la ganadora, mientras me va haciendo preguntas para ver mi nivel de experiencia en estos casos, mientras en su sino va calculando ganancias en cada respuesta mía.
Cansado, mareado, sudado y sin tener la mínima idea de a cuanto está el cambio de francos CFA a Dalasi me pongo a regatear con la "mama".
Que peligrosas que son estas mujeres, que arte que tienen, podrían engañar al mejor de los trileros.
Una vez cerrada la tasa de cambio (que es buena) empieza a sacar billetes, muchos, ya que la moneda senegalés es mas fuerte que la gambiana.
Ella va pasando billetes mientras cuenta en voz alta y despacio para que lo compruebes. Cuando llega a una determinada cifra, a la mitad, por ejemplo, se le cae un billete al suelo, tú, como educado europeo te agachas a recogerlo perdiendo de vista el fajo de billetes, mientras ella separa hábilmente unos billetes del fajo contado y lo entrega a la mujer conpinchada de al lado, que se marcha disimuladamente. Cuando te levantas con el billete en la mano y con sonrisa de imbécil ella prosigue el recuento diciendo "Aquí teníamos tanto. ok?" y sigue.
Pero ya no es tanto, ahora es tanto menos un mucho.
Termina de contar, es correcto, te da el fajo de billetes que tu decides no volver a contar por miedo que la gente te vea con tanto dinero, ella se marcha y desaparece entre la multitud; a la búsqueda de su amiga para recoger las ganancias.
Después de guardar el fajo mutilado, voy para que me sellen el pasaporte, en la parte de Senegal no hay problema, llego a la de Gambia.
"No, no te puedo sellar, no tienes el visado!"
Por supuesto no tenia la menor idea de que necesitaba visado. Por suerte puedo comprarlo allí mismo, evitando caminar sobre mis pasos hasta Dakar. Es en este momento que te das cuenta de las artimañas de la mujer a la que, durante todo el día, le recitaras todo un rosario de maldiciones e improperios.
Ya salí de Senegal, así que no puedo volver a entrar para buscar a esa encantadora y afable mujer simpática.
El dinero que tengo es suficiente para pagar el visado; pero me quedo sin nada, y aun me separan unos 30 Km de carretera y 45 min de barco para llegar al siguiente banco, en Banjul.
Pero África es así; te enseña a ser duro, a adquirir personalidad; unos ganan, otros pierden.
Así que agotado, cabreado y confuso por el cambio de idioma me siento en la calle, ya en tierras gambianas y fumo un cigarrillo mientras pienso en cual sera el próximo paso a dar.
Por suerte conozco a un joven taxista que se ofrece de buena voluntad a llevarme gratis hasta el puerto del ferri y pagarme el billete para llegar a Banjul. Donde al llegar me voy directo en busca de un hostal, ya que no tengo fuerzas suficientes por buscarme la vida. Ya no me acordaba de lo que era dormir en un hostal, pero vale la pena, puedo dormir tranquilo toda la tarde, tomar un baño tranquilizador y sentarme a escribir en mi hermoso cuaderno, este gran amigo confidente, que sabe mas de mi que un servidor y que acoge sin rechistar todos mis quebraderos de cabeza; diciéndome sin decir nada:
"Tranquilo pequeño saltamontes, todo son experiencias, todo esto que te ocurre es sobre la vida misma"