De cosas que atañen a esta aventura y memorable historia.
25/08/2013
Ya habían pasado más de quince días de las ultimas batallas en N'zérékoré, que es la ciudad principal de la fantástica región de Fôret, en Guinea, donde se mataron unas 200 personas a golpe de machete traicionados por las diferencias étnicas y religiosas, como también por los líderes de las mismas que, como siempre, se aprovechan de la ingenuidad y la necesidad para atizar hogueras extintas.
A pesar del tiempo transcurrido todavía se podía percibir un ambiente tenso por las calles, las mezquitas y las iglesias indistintamente estaban teñidas de hollín y la arena de la calle lo estaba de sangre seca.
Eran las nueve de la mañana y me encontraba en la explanada que hace la función de estación, y ya tenia localizado un "set place" que se dirigía a la frontera con Costa de Marfil.
Gracias a un error de la embajada Ivorienne en Conakry (capital de Guinea) tenía en el pasaporte la estampa de entrada en Costa de Marfil para el mismo día que la salida de Guinea. Lo que es, que solo podía cruzar la frontera entre ambos países este mismo día, ni uno antes, ni uno después, y esto en África es asumir bastante riesgo.
Así que sabia de antemano que se avecinaba una jornada de fabulosos e inesperados sucesos de lo mas bizarros y variopintos.
Pero ya llevaba en África lo suficiente como para haber aprendido a tomarme la vida de otra manera y no desesperar ante ninguna situación (o casi).
Las cosas en este continente acontecen cuando tienen que acontecer y no cuando lo dictan las manecillas de algún reloj. Es precisamente por eso que el conductor no arrancó el coche hasta las seis y media de la tarde, cuando todas las plazas estuvieron ocupadas.
Tampoco diré que las horas pasen rápido debajo de este sol bendito, pero estos países están habitados por gentes maravillosas, divertidas y curiosas de lo desconocido que hacen un poco de sombra al soleado aburrimiento, haciéndolo más llevadero.
Uno te llama desde lejos y te hace señas para que vayas hacia allí, donde te ofrecerá un café, seguramente para sorprenderse y sorprender a sus vecinos de mesa de que un blanco pueda bebérselo, acto seguido empiezan las risas y de allí las conversaciones que se mezclan con la llegada de algún nuevo compañero de mesa, de un vendedor de cualquier cosa que también se para a charlar y se termina con un buen ágape colectivo de arroz con alguna salsa, donde también le seguirán las risas pasada la estupefacción de ver a un blanco comer arroz y comerlo diestramente con la mano.
Todos estos sucesos se desarrollan con una simplicidad terrible, con una naturalidad incluso infantil, sin ningún tipo de mueca en sus rostros que signifiquen burla, ni asco; al contrario, ya te puedes considerar hermano de todos ellos.
Y así, entre una cosa y la otra pasan las horas en África, hoy es en la estación de transportes, mañana sera delante de alguna tienda o a la sombra de un mango.
Durante todo el día ya había tenido tiempo de tranquilizarme y aceptar que seguramente tendría problemillas en los dos lados de la frontera, ya que el día a estas horas y en estos lares se empieza a apagar, la vida se calma un poco, se come y se duerme. Me separaban todavía unos 100 km de trayecto, y si se quiere calcular (cosa nada aconsejable) se tiene que contar que cada 50 km se revienta una rueda o se avería alguna pieza del coche. Además nos caerá la noche encima y cuando esto ocurre suele ser aprovechado por los conductores para pararse sin previo aviso en cualquier aldea a medio camino, donde suelen tener alguna coupine; y parando el coche se baja y casi sin mirar a nadie suelen decir "mañana a las seis continuo", y c'est finie.
Otra cosa a sumar es que estamos en época de Kharem (Ramadán) y que a la hora que es todavía faltan dos oraciones, más largas de lo habitual durante este mes. Y que por supuesto, entre la penúltima oración y la última es el momento más esperado del día. COMER con letras mayúsculas.
Con todo esto el trayecto fue majestuoso, como lo son todos en este verde y montañoso país, de bonitos paisajes que se intuían en las sombras del ocaso, altísimos árboles y espesa vegetación.
Nos cruzamos con grupos de mujeres que vuelven del campo, de desherbar el arroz que empieza a crecer, con innumerables bultos balanceándose encima de sus cabezas al mismo ritmo que el balanceo de sus caderas.
A un hombre con su hijo que salen del bosque con alguna presa de caza.
Un grupo de chicos que regresan a pie de la aldea vecina después de haber pasado una divertida tarde con sus novias.
Cruzamos por pequeñas aldeas perdidas donde las mujeres terminan de preparar la cena y bañar a los mas chicos.
La noche cae deprisa, era de una frescura muy agradable y traqueteábamos a unos 20 km/h con las ventanillas bajadas (seguramente no se podían subir, pero queda mas romántico) así que se oían cortando el silencio todo tipo de griteríos animales en la profundidad de los bosques.
Finalmente nos paramos delante de una cuerda que corta el paso, a la derecha, una pequeña cabaña de barro y techo de plancha.
Ya que lo menciono, y como no se si ya lo he contado antes, voy a contar porqué los techos de plancha son la antítesis de adaptación al medio y de arquitectura sostenible.
En África llegó el consumismo como forma de vida, desgraciadamente, como en cualquier parte, pero en este continente en general es un quiero y no puedo, aunque el mantener las apariencias del que tiene y puede es igualmente existente, como del que no tiene y no puede.
Voy al grano.
Tener un techo de paja en tu cabaña parece ser que es una cosa que empieza a estar mal vista, por lo tanto, todo el mundo, a la que puede, saca la paja y pone plancha metálica.
Dicha plancha no llega al milímetro de grosor y es bastante cara para un ciudadano de a pie, eso si, no se tiene que cambiar cada dos años como la paja.
Ahora bien, ya de por sí las casas de barro son un horno, mantienen a la perfección el calor que reciben del sol bendito pegándolo durante todas las horas del día y por la noche parece que las paredes la vayan soltando de a poco para no dejarte dormir. Pero la paja no se pone al rojo vivo como la plancha, haciendo que durante las horas de sol dentro la estancia se este un par de grados mas fresco que a fuera, cosa que no sucede con la cubierta de metal.
Cuando no hay sol en África es porqué esta lloviendo, y mucho, y como no hay otra, la gente se refugia dentro de las cabañas descubriendo que ahora que tienen las planchas sobre las cabezas los gotarrones de agua hacen un ruido ensordecedor que literalmente no te deja oír ni ser oído, parece que se te vaya a caer el cielo encima.
Dicho esto, continuo.
Como es uso y costumbre de los policías y gente de bien en estas latitudes, los dos oficiales de aduanas están durmiendo al lado de la cabaña, ya es pasada la media noche, y esta frontera no la usa nadie, así que en cierto modo es normal que duerman.
Se levantan sin ganas de hacerlo y nos piden documentos, les doy el pasaporte con la página de la visa abierta, con aire comedido y sereno, como si todo estuviera en regla.
Como siempre, tiene que haber una victima en los controles, hoy me toca a mi.
Normalmente lo que hacen es que al rato de tener los documentos en su poder salen de la garita y los entregan a sus respectivos propietarios menos a uno (a veces más de uno) signo inequívoco de que van a por ti.
Al cabo de otro rato y cuando el resto de la gente se empieza a impacientar vuelven a aparecer los oficiales, seguramente el de más rango, te llama aparte y te plantea el problema que será la base de la consiguiente negociación, del estira y afloja venidero.
- Mira, son la una de la noche. Es muy tarde y la frontera esta cerrada. Estamos ya muy cansados.- Me dice el rufián con galones.
La primera te la dejan caer de esta manera, rostros serios y entonación de absoluto convencimiento. Pero te dejan la conversación abierta, que tú debes continuar moviendo tu ficha, de momento, solo el peón.
- Lo sé “mon frere”! Pero ya sabes, hemos salido tarde, el coche se estropeó y hemos parado para cortar el sagrado ayuno. No es mi culpa-. Digo yo moviendo el peón.
Él ha empezado mal el juego, no se ha percatado del error en las fechas de entrada y salida del país, supuestamente soy ilegal ahora mismo y podría perder la reina y la partida, pero de momento no lo ha visto.
Y continuo yo en-diciendo con aires de inferioridad a su condición, pero a sabiendas que voy a ganar: - Todo está en regla, los visados, etc. Vamos “mon grand”, que estamos en Kharem, sé un poco más benévolo. Solo estámpame el sello y continuo tranquilo. Inshallha!
Al final de la partida todo son risas y casi nos quedamos a tomar té. Yo con el sello de salida ya estampado sin ninguna consecuencia de tipo legal. Y los oficiales con un par de billetes de francos guineanos que me sobraban de haber cambiado a francos CFA (Moneda de la Unión Africana del Oeste usada por unos catorce países africanos) en el mercado negro (si es que existe el blanco), mucho más valiosa y que al salir del país pierde el poco valor que de por si tiene.
Continuamos un buen trecho avanzando con el coche en tierra de nadie hasta llegar a la frontera o cuerda de Costa de Marfil. País en el cual en pocos minutos entraría, del cual no sabía absolutamente nada a parte de antiguas noticias de guerras y etcéteras. Por un lado estaba eufórico de ver que encontraba en este nuevo país desconocido y por el otro no las tenia todas conmigo, me habían dicho muchas cosas de este país, que si era caro, que la gente no es nada acogedora, etc. Pero esto siempre sucede, y descubres que acontece en todo el mundo, entre países vecinos, comunidades vecinas, entre vecinos.
Recelos históricos, rencillas de antaño, manipulación política, etc. pero cuando estás en el nuevo país descubres que era todo mentira, que la gente es buena gente que te pregunta si te han tratado bien en el país vecino de donde llegas, porqué también parece que eran mala gente.
En la aduana de Costa de Marfil había más gente despierta y con unas instalaciones mejores a simple vista. Nos retuvieron los documentos y el coche y nos dijeron que hoy seria imposible hacer el papeleo, que caminásemos hasta el pueblo de mas abajo (ya dentro de Côte d'Ivoire) y que por la mañana volviésemos a la frontera y hablaríamos.
El conductor camina deprisa hacia dicho pueblo, para él cada día es lo mismo y tendrá algún amigo o amiga que le hospede.
Como es uso y costumbre de los policías y gente de bien en estas latitudes, los dos oficiales de aduanas están durmiendo al lado de la cabaña, ya es pasada la media noche, y esta frontera no la usa nadie, así que en cierto modo es normal que duerman.
Se levantan sin ganas de hacerlo y nos piden documentos, les doy el pasaporte con la página de la visa abierta, con aire comedido y sereno, como si todo estuviera en regla.
Como siempre, tiene que haber una victima en los controles, hoy me toca a mi.
Normalmente lo que hacen es que al rato de tener los documentos en su poder salen de la garita y los entregan a sus respectivos propietarios menos a uno (a veces más de uno) signo inequívoco de que van a por ti.
Al cabo de otro rato y cuando el resto de la gente se empieza a impacientar vuelven a aparecer los oficiales, seguramente el de más rango, te llama aparte y te plantea el problema que será la base de la consiguiente negociación, del estira y afloja venidero.
- Mira, son la una de la noche. Es muy tarde y la frontera esta cerrada. Estamos ya muy cansados.- Me dice el rufián con galones.
La primera te la dejan caer de esta manera, rostros serios y entonación de absoluto convencimiento. Pero te dejan la conversación abierta, que tú debes continuar moviendo tu ficha, de momento, solo el peón.
- Lo sé “mon frere”! Pero ya sabes, hemos salido tarde, el coche se estropeó y hemos parado para cortar el sagrado ayuno. No es mi culpa-. Digo yo moviendo el peón.
Él ha empezado mal el juego, no se ha percatado del error en las fechas de entrada y salida del país, supuestamente soy ilegal ahora mismo y podría perder la reina y la partida, pero de momento no lo ha visto.
Y continuo yo en-diciendo con aires de inferioridad a su condición, pero a sabiendas que voy a ganar: - Todo está en regla, los visados, etc. Vamos “mon grand”, que estamos en Kharem, sé un poco más benévolo. Solo estámpame el sello y continuo tranquilo. Inshallha!
Al final de la partida todo son risas y casi nos quedamos a tomar té. Yo con el sello de salida ya estampado sin ninguna consecuencia de tipo legal. Y los oficiales con un par de billetes de francos guineanos que me sobraban de haber cambiado a francos CFA (Moneda de la Unión Africana del Oeste usada por unos catorce países africanos) en el mercado negro (si es que existe el blanco), mucho más valiosa y que al salir del país pierde el poco valor que de por si tiene.
Continuamos un buen trecho avanzando con el coche en tierra de nadie hasta llegar a la frontera o cuerda de Costa de Marfil. País en el cual en pocos minutos entraría, del cual no sabía absolutamente nada a parte de antiguas noticias de guerras y etcéteras. Por un lado estaba eufórico de ver que encontraba en este nuevo país desconocido y por el otro no las tenia todas conmigo, me habían dicho muchas cosas de este país, que si era caro, que la gente no es nada acogedora, etc. Pero esto siempre sucede, y descubres que acontece en todo el mundo, entre países vecinos, comunidades vecinas, entre vecinos.
Recelos históricos, rencillas de antaño, manipulación política, etc. pero cuando estás en el nuevo país descubres que era todo mentira, que la gente es buena gente que te pregunta si te han tratado bien en el país vecino de donde llegas, porqué también parece que eran mala gente.
En la aduana de Costa de Marfil había más gente despierta y con unas instalaciones mejores a simple vista. Nos retuvieron los documentos y el coche y nos dijeron que hoy seria imposible hacer el papeleo, que caminásemos hasta el pueblo de mas abajo (ya dentro de Côte d'Ivoire) y que por la mañana volviésemos a la frontera y hablaríamos.
El conductor camina deprisa hacia dicho pueblo, para él cada día es lo mismo y tendrá algún amigo o amiga que le hospede.
Y quedamos dos que no tenemos ni idea de adonde vamos, yo y un hombre mayor, de unos 65 años, que aquí son muchos años, que intentamos caminar derecho al pueblo al ritmo pausado que el buen hombre pueda.
Terminamos en un restaurante el dueño del cual nos deja dormir unas horas en el duro suelo del comedor, donde el anciano se tumba y se duerme al instante. Y yo me quedo pensando en cuanta gente occidental, no hace falta que llegue siquiera a los cuarenta, podría tumbarse y dormirse de este modo después de toda esta jornada que pareciera que no tiene fin. Ya de pequeños los africanos aprenden a sufrir para poder vivir en el medio donde se encuentran. No es difícil oír decir a los padres de algún pequeño o pequeña -"Sufre!", cuando se ha hecho daño o está llorando por algún motivo u otro. Y es que es así, si no se aprende de pequeño a levantarse una vez tras otra de los golpes que reciben a diario la misma selección natural ará su trabajo.
Más o menos como en casa, que cuando estamos paseando por la acera de nuestra ciudad y tropezamos con alguna baldosa mal puesta empezamos a denunciar a todo hijo de vecino. O cuando tenemos un problema muy gordo, como por ejemplo que Internet se atasque un poquito, somos capaces incluso de dar un puñetazo a la mesa o a la propia pantalla. Algo fascinante.
Con estos pensamientos y otros muchos que no vienen al caso me ganó el cansancio y me dormí mirando la exuberante luna llena que aparecía en el horizonte, inmensa, rojiza. La misma luna llena que a muchos kilómetros de distancia también iluminaba alguna tienda de campaña empañada de amor, en alguna cala perdida de mi Cap de Creus.
Y no digo mas.
Terminamos en un restaurante el dueño del cual nos deja dormir unas horas en el duro suelo del comedor, donde el anciano se tumba y se duerme al instante. Y yo me quedo pensando en cuanta gente occidental, no hace falta que llegue siquiera a los cuarenta, podría tumbarse y dormirse de este modo después de toda esta jornada que pareciera que no tiene fin. Ya de pequeños los africanos aprenden a sufrir para poder vivir en el medio donde se encuentran. No es difícil oír decir a los padres de algún pequeño o pequeña -"Sufre!", cuando se ha hecho daño o está llorando por algún motivo u otro. Y es que es así, si no se aprende de pequeño a levantarse una vez tras otra de los golpes que reciben a diario la misma selección natural ará su trabajo.
Más o menos como en casa, que cuando estamos paseando por la acera de nuestra ciudad y tropezamos con alguna baldosa mal puesta empezamos a denunciar a todo hijo de vecino. O cuando tenemos un problema muy gordo, como por ejemplo que Internet se atasque un poquito, somos capaces incluso de dar un puñetazo a la mesa o a la propia pantalla. Algo fascinante.
Con estos pensamientos y otros muchos que no vienen al caso me ganó el cansancio y me dormí mirando la exuberante luna llena que aparecía en el horizonte, inmensa, rojiza. La misma luna llena que a muchos kilómetros de distancia también iluminaba alguna tienda de campaña empañada de amor, en alguna cala perdida de mi Cap de Creus.
Y no digo mas.